[ANÁLISIS] FASCISMO 'DE BIEN' Y BANALIDAD DEL MAL por Luis Salas Rodríguez

Una de las frases más repetidas de la historia de la humanidad es ésta: “Nadie se lo podía imaginar, él o ella que parecía tan normal, tan inofensivo, incapaz de hacer eso”. De repente se descubre que el señor de la panadería, él que parecía tan serio y hasta anodino, es un sádico. La doña regordeta y dulce que hacía galletas para todos de repente se descubre que tenía envenenado a medio vecindario. El amable encargado de la farmacia resultó ser un sanguinario traficante. La chica de la equina, de aspecto inocente y dulce, el señuelo de una peligrosa banda de secuestradores. Y así sucesivamente.
Pero no solo es de las más repetidas si no también de las más desacertadas. Y es que en realidad, y contrario a lo que el sentido común, los “expertos” y la intuición recomiendan, rara vez pasa que los delincuentes y sujetos más dañinos respondan al prototipo corriente del “hombre peligroso”. Por lo general es justo lo contrario: se trata de personas corrientes, civilizadas y vulgares, hasta que por alguna u otra razón descubrimos su barbarie.

Existen al menos tres tipos conocidos de sujetos en los cuáles esta incompatibilidad entre apariencia y esencia es común: psicópatas y asesinos en serie, torturadores y fascistas.

Sobre los dos primeros no hay mayor cosa que decir. Basta con ver televisión para comprobar los perfiles, ya todos clisé. La madre y el hijo de los más normales pero que resltan redoblados retorcidos puertas adentro (Bates Motel). El encantador profesor universitario que dirige una horda de asesinos (The following). 

El diligente policía de homicidios que terminó siendo él mismo el más sanguinario de los asesinos seriales (Dexter), lo mismo que el ejecutivo exitoso (American Psycho). Todos recordamos en esta país el estupor que causó la joven Cybel Naime, cuando por un gato y temor a su padre terminó asesinando a otros dos jóvenes iguales de “bien” como ella.

En el caso de los torturadores también pasa otro tanto. Uno tristemente célebre es el de Alfredo Astiz, apodado el Ángel Rubio, ex capitán de la marina argentina infiltrado en las organizaciones de derechos humanos cuando la dictadura, incluyendo a las Madres de la Plaza de Mayo. Con su estilo candoroso y maneras educadas, entre otras cosas debido a su origen de clase –provenía de una familia adinerada-, Astiz se infiltró como colaborador en estas organizaciones, siendo responsable de varios de los más terribles casos de desapariciones, torturas, violaciones y asesinatos, como los de las monjas francesas Domon y Duquet.

En nuestro caso, uno ya comentado es el de Harry Männil. Durante décadas, el más importante coleccionista y mecenas de arte privado en el país, exitoso empresario y habitual de las crónicas caraqueñas y programas de opinión, hasta que con el tiempo se descubrió su origen: se trataba de un oficial colaborador con las fuerzas de ocupación nazi en su natal Estonia, uno de los diez criminales de guerra más importantes buscado por el centro Simon Wiesenthal. Männil llegó a Venezuela en la década de los cuarenta luego de la liberación de los soviéticos de los territorios ocupados por Hitler y se radicó en Maracaibo, acogido como tantos otros criminales de guerra por la familia Blohm (entonces y aún dueños de BECO y otras cadenas de tienda), a la sazón representantes del partido nazi en el país. 

Con los años, Männil pasaría de ser empleado a socio, asociándose entre otros capitalistas criollos con el Clan Mendoza y Ricardo Degwitz, padre de los Degwitz Maldonado dueños del diarioNotitarde de Carabobo. Männil fue presidente del Ateneo de Caracas, condecorado por gobiernos adecos y copeyanos con las órdenes Libertador y Francisco de Miranda. Cuando se descubrió su historia, nadie podía dar crédito de que aquel viejito sonrosado y finas maneras era lo que en realidad era.


Banalidad del mal: niñas israelíes escribiendo mensajes para niños libaneses antes de que el ejército sionista se las lance.

Y es que ciertamente, por razones fundamentalmente televisivas y de la historia tal y como nos las muestran, solemos pensar que los fascistas son tipos odiosos, gritones y prototípicamente malvados, como Hitler o Mussolini. Que las bandas fascistas son como nos la describe Globovisión: hordas de pobres, descamisados y desdentados que van por el mundo asaltando y maltratando a quienes no son como ellos o tienen lo que ellos no. Sin embargo, la verdad es otra. Por más transversal que pueda llegar a ser, el fascismo es una cosa de niños “bien” . 

En Colombia, por ejemplo, como en otras partes, son niños “bien” los que salen a cazar mendigos y quemarlos con la escusa de “limpiar” las calles. O son comerciantes, dueñas de peluquerías, restaurantes, encargados de lavanderías o jubilados paseadores de perros los que pagan a otros para que lo hagan. El fascista promedio, el más peligroso, no es tal y como lo imaginamos. 

Durante las dictaduras chilena y argentina milicos de todas las clases y tipos participaron del genocidio de unos 40 mil muertos, torturados y desaparecidos. Sin embargo, quienes los animaron, apoyaron, sedujeron, instigaron e incluso exigieron hacerlo fueron doñas y dones, pitucos y pelolais que no soportaban a los “cabecitas negra”, a los “descamisados”, a los “zurdos”, los judíos, los hipies, etc.

Cuenta la leyenda que cuando a Hannah Arendt le vino la idea de escribir su celebre libro La banalidad del mal, se encontraba en la terraza de una cafetería conversando con otros testigos del proceso que se le seguía a Adolf Eichmann por sus crímenes de guerra. En lo que reflexionaba, era en la increíble desproporción entre la magnitud de las atrocidades cometidas por éste y su aspecto de hombre normal, banal. No tenía la pinta clásica de un sádico ni parecía un fanático antisemita de la SS. 

Era un hombre gris, parco y en extremo amable cuya única defensa consistía en decir que se limitaba a seguir órdenes. Eso era justo lo que tenía de o terrorífico, de siniestro. Eichmann no tenía nada de raro, excepcional, ni marginal, nada que hiciera prever que se trataba del operador de una maquinaria de exterminio en masa de otros seres humanos.

Mi amiga Yanuva León expone esta desproporción congénita del fascismo del siguiente modo: “el fascismo no se calza únicamente con botas, el fascismo también se maquilla todas las mañana antes de salir y mete empanaditas en el bolsito de sus hijos y se monta en el metro, y se sienta en pupitres de universidades, y se sienta a comer cotufas en la plaza, y hace colas en el telecajero de la esquina y se ejercita en gimnasios y se toma unas birras con sus panas un viernes de quincena, y camina centros comerciales con su novia, y ve televisión con el abuelito, y puede parecerse a ti, incluso podrías ser tú si algo parecido a un fresquito sientes cuando te enteras de que un chamo de 27 años y su compañera, fueron vilmente asesinados, en su propia casa”.

De lo que estamos siendo testigos en estos momentos con las declaraciones de voceros del oposicionismo y buena parte de su militancia a propósito del asesinato del diputado Serra es precisamente esto: la banalidad del mal, la trivialidad del fascismo puro. Gente que vive quejándose de la inseguridad, de que no puede salir de noche tranquilos, de los derechos humanos de los delincuentes, que vive sacando la cuenta de las personas que mueren asesinada, etc., a la menor oportunidad hacen un festín con la muerte de otra persona solamente porque tiene una postura política diferente a la suya. Que celebran es evidente, que justifican el asesinato también. Sin embargo, tampoco es muy difícil imaginarlos fantaseando que eran ellos o ellas y no otros quienes lo asesinaban. Más de uno habrá soñado con la idea o con hacer lo mismo con otro u otra chavista si tuviera la oportunidad.


Pero este hecho no es casual ni espontáneo. Ciertamente el fascismo y este tipo de conductas expresa lo peor que habita en los seres humanos. Sin embargo, al igual que la solidaridad y demás sentimientos superiores, el fascismo es reflejo de las relaciones sociales y de las maneras de concebir la realidad.

Según dicen los expertos, en un momento determinado una persona empieza a crearse un mundo de delirios y manías, de temores, frustraciones, fobias y rencores que lo va transformando. Luego, termina identificando a alguien, un tipo específico de persona o grupo como culpable de sus males u objeto de su ira. 

O considerando que la desaparición de esa persona o grupo puede eliminar su malestar, hacerlo hacerla sentir más seguro o segura. O que merece que se le haga tal o cual cosa. Cuando se trata de procesos individuales la cosa es más compleja y tiene múltiples formas. Pero cuando se trata de procesos masivos el asunto, aunque parezca paradójico, se simplifica. 
Desde este punto de vista, tal y como han hecho todos los promotores del fascismo y genocidios en el mundo, lo primero y más efectivo pasa por crear una amenaza o trauma y acto seguido un enemigo: el árabe, el judío, el comunista, el negro, el pobre, el indio. Y una vez creado este enemigo, solo queda desarrollar la lógica y justificación que conduzca a su exterminio.


María Corina Machado y Lilian Tintori, iconos del fascismo sifrino venezolano

Si a esta estrategia se acompaña por un proceso de deterioro de las capacidades de discernimiento y descomposición ética los resultados serán tanto más desastrosos Así las cosas, ¿qué puede esperarse de un conjunto de gente sometida a un bombardeo intensivo de noticias catastrofistas, culpabilización y deshumanización del otro? ¿Qué puede esperarse de gente cuyo horizonte ético llega hasta al momento de raspar el cupo, especular al otro, corromper y dejarse corromper o que está convencida que el papel higiénico y la independencia política son equivalentes pero puestos a escoger desechan lo segundo? 

De una gente que pide pena de muerte para el malandro que se roba un carro de varios miles de bolívares pero justifica a quien especula millones. Que le parece “natural” que un comerciante venda en 29 mil el repuesto que no debe pasar de mil. Que jura que es populismo dar viviendas a los pobres o laptops a estudiantes de escuela pública pero exige su “derecho” a recibir dólares para comprase el último Smart phone o exiliarse en Miami. De gente cuyo imaginario de vida y realidad del mundo lo sacan de las series de Warner, las variedades de venevisión, CNN y literatura del tipo Los juegos del hambre. 

De ellos no se puede esperar menos. No solo enfrentamos en estos momentos la banalidad absoluta del mal. Nos enfrentamos a la descomposición absoluta de la mentalidad egoísta, rentista, racista, ociosa, corrupta e indolente de criterio propia del modo de vida de la Venezuela cuartorepublicana tardía.

Créditos: Luis Salas Rodríguez


Rafael Simón Ortega Rondón

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